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lunes, 30 de julio de 2018

¿Han disminuido los reportes de avistamientos de OVNIS en los últimos años?

(Julio 2, 2018). En una época en la que gente incluso preparada y culta es capaz de creer que un diente se disuelve en Coca Cola en un solo día, parecería lógico que la creencia en visitantes de otros planetas y mundos se levantara día a día como un cohete espacial. No obstante, al revisar ciertas cifras encontramos con asombro que la curva hacia el espacio no es tan empinada como pensábamos.

Statista reporta:
¿Has visto una extraña luz brillante cruzando su camino a través del cielo nocturno o un misterioso disco naranja que se cierne sobre los árboles en la distancia? Si lo has hecho, ¡entonces no estás solo! De acuerdo con el Centro Nacional de Informes de OVNI (MUFON en inglés) en los Estados Unidos, los avistamientos de OVNIS están alcanzando cotas récord . En 1990, la organización solo registró 307 avistamientos (la mayoría están en los EE.UU., pero sus registros incluyen avistamientos mundiales) y esos se han disparado en los años posteriores. Alcanzaron un máximo de 8.619 en 2014 antes de caer a 5.516 en 2016.
Sin duda las últimas décadas han visto un crecimiento en los reportes de OVNIS, pero llama la atención ese descenso entre 2014 y lo que va de 2018. ¿A qué se debe? Jennings Brown de Gizmodo cuenta:
Durante los últimos años han habido cada vez menos avistamientos de ovnis reportados en los Estados Unidos, de acuerdo con el analista de estadísticas encargado de dar sentido a todos los datos adquiridos por el grupo civil de investigación de ovnis más importante del país.

(…) “Definitivamente ha habido una caída en los últimos años”, dijo a Gizmodo David C. Korts, estadístico de MUFON . “La caída no ha sido una línea recta, pero al observar los números encontramos un pico en 2012 y, desde entonces, una caída de 30% a 40% del año 2012 a 2017”.

(…) Cheryl Costa, una escritora que fue nombrada Investigadora del Año durante el Congreso Internacional de OVNIs de 2018, recientemente analizó los datos de avistamientos de MUFON y el Centro Nacional de Informes de OVNIs (NUFORC) durante los últimos 17 años, e informó sus hallazgos al Syracuse New TimesSu análisis reveló que, después de un aumento constante en los informes de avistamientos desde 2001 hasta 2012, los informes han ido disminuyendo considerablemente.

¿A qué se debe la disminución?

De acuerdo con los especialistas de MUFON y NUFORC entre las razones podría estar:
Si bien tanto MUFON como NUFROC reciben informes de avistamientos a través de internet, los investigadores de campo de MUFON examinan los informes e intentan filtrar fraudes, errores y objetos que sí es posible identificar. Según Korts, MUFON termina borrando la mitad de los reportes que las personas envían. “Trabajo con un conjunto de datos altamente filtrado y altamente limpio”, explicó Korts.
Es decir, las agencias se han hecho más estrictas en descartar información imprecisa, fotos de mala calidad, etc. Por otro lado, la cultura de las redes sociales es más conspirativa que fáctica:
Hill también cree que la cultura en torno a las investigaciones alienígenas ha cambiado para centrarse en conspiraciones exopolíticas, es decir, supuestos intentos de los gobiernos para suprimir información sobre visitantes extraterrestres, en lugar de lo que está directamente en el cielo sobre nosotros. “Las ideas sobre conspiraciones se han infiltrado y dejaron en segundo lugar la idea de investigar ovnis”, dijo. “Si no eres capaz de investigar esas cosas es porque son conspiraciones”.

Fuente:  https://verifikado.com/avistamientos-ovnis/

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miércoles, 11 de julio de 2018

LA PROSTITUCION DEL PERIODISMO PARANORMAL

Publicado en El Ojo Crítico nº 51 (y en El Ojo Crítico  nº 23)

Cuando un joven, con esa encantadora ingenuidad de la adolescencia, se acerca al mundo del misterio, lo hace con el mismo candor impecable con que algunos niños/as quieren ser enfermeras, bomberos o misioneros “cuando sean mayores”. Con pasión y avidez se consumen las “pagas del domingo” en revistas esotéricas y libros sobre ovnis; normalmente de segunda mano porque el presupuesto no da para las novedades, a menos, claro está, que se trate de lo último de Benítez, Ribera, Del Oso, o alguna otra “gran celebridad” del mundo paranormal. Cuyas obras son devoradas de un tirón, robándole horas al sueño y ese examen de matemáticas que deberíamos estar preparando, en lugar de empollarnos la vida y obra de Allan Kardec, o las aventuras de los ummitas en la tierra.
Cuando quieres darte cuenta te has fundido el presupuesto semanal en el Año Cero, el Enigmas o el Mas Allá (en mi época era el Karma-7, Universo Secreto o Mundo Desconocido), en lugar de haberlo invertido en la discoteca, el cine, la litrona, o alguna chinita de hachís, como hacen la mayoría de los adolescentes “normales”. Con esa dulce credulidad, que oscila entre la mitomanía y la curiosidad, nos emocionamos con las últimas aventuras del ufólogo de turno, que consigue esquivar el hermetismo militar para sustraer algún nuevo informe oficial sobre avistamientos OVNI; o con el apasionante experimento de laboratorio que algún intrépido parapsicólogo ha conseguido diseñar para estudiar el incremento de los mensajes telepáticos en sueños; o con la apasionante odisea del sagaz investigador que ha conseguido infiltrarse en una secta satánica para descubrir los secretos del “Lado Oscuro”… Algunos adolescentes, por absurdo que parezca, llegan a mitificar de tal manera a los investigadores de lo paranormal, que sustituyen en sus carpetas escolares (y en los casos más grabes en los posters de su habitación) el rostro de Silvester Stallone (sienta o no las piernas) o el último concierto de las Spice Girls (en mi época era AC/DC), por las fotos de algún avezado astro-arqueólogo al pié de la Gran Pirámide, o de algún “reportero de lo insólito” posando junto las Caras de Bélmez. Para esos jóvenes, los investigadores de lo paranormal no son meros mortales que intentan descubrir respuestas a algunos enigmas científicos, sino una especie de cruce genético entre Indiana Jones y el agente Mulder, cuya honorabilidad se presupone incuestionable. Vana presunción…
Los intocables del misterio
Todos fuimos jóvenes, y en mayor o menor grado, pasamos por esa dulce mitomanía. Yo aún recuerdo, cuando la paga semanal no permitía una grabadora en el presupuesto, la inenarrable emoción que sentía, armado con una linterna en los dientes para poder tomar notas parapetado bajo las sábanas (mis padres -como cualquier padre- no aprobarían que robase horas al sueño para escuchar “tonterías esotéricas”), mientras escuchaba embelesado el “Media Noche” de Antonio José Alés, “En el Filo de la Navaja” de Enrique de Vicente, o “Espacio en Blanco” de Miguel Blanco… Conservo aún aquellos cuadernos escolares llenos de apresuradas anotaciones, con las que intentaba inmortalizar en mi incipiente archivo personal, aquellas extraordinarias revelaciones que los invitados de aquellos legendarios programas hacían en cada entrevista, antes de que se diluyesen en las ondas hercianas… Exactamente lo mismo ocurría con los programas de TV. Yo aún no tenía vídeo cuando el Dr. Jiménez del Oso me hipnotizaba frente la pantalla, domingo a domingo, en su Puerta del Misterio. Hoy, con la perspectiva de los años, me siento un poco ridículo al rescatar de esos viejos cuadernos escolares, dibujos garabateados con frenesí, intentando reproducir las reconstrucciones gráficas que ilustraban los casos que presentaba el Dr. del Oso. ¿Como era posible que mis profesores ignorasen en las aulas, las trascendentales revelaciones sobre la historia, el más allá o la vida extraterrestre que escuchaba en aquellos programas, o leía en las revistas especializadas? Gracias a Dios teníamos un Antonio Ribera, un Antonio José Alés, un Enrique de Vicente, un Prof. Darbó, etc, que, como una especie de cruzados de la “Verdad”, luchaban contra el Sistema para rescatarnos de nuestra ignorancia, y de la manipulación de los poderes establecidos…
Después llegarían los congresos y los cursos. Para un estudiante de 16 o 18 años, reunir las 5000 pesetas que costaba la entrada a un congreso de parapsicología, o las mensualidades del Curso de Parapsicología Superior del Instituto de Ciencias Parapsicológicas Hispano Americano (que por entonces dirigía el Prof. Darbó), o los Cursos de Hipnosis Practica, del Prof. Rovatti, eran una labor titánica, gigantesca… pero merecía la pena. En aquellas conferencias, en las que tenía el privilegio e escuchar, cara a cara, a aquellos grandes monstruos del conocimiento paranormal, pensaba que podría encontrar las grandes respuestas, a los grandes enigmas, además de obtener -si había suerte- el autógrafo de aquellos héroes del misterio, dedicándome su último libro. Y como yo, aún hoy, quince años después, la mayoría de los jóvenes aficionados a lo paranormal, acuden a los congresos y seminarios paranormales con la ingenua creencia de que van a encontrar allí la Verdad que ansían. Como si alguien poseyese esa Verdad, y menos aún, pudiese ofrecerla en una conferencia ilustrada con diapositivas… Y todavía hoy continúan pidiendo autógrafos, como si estuviesen ante la selección española de fútbol, o ante los Rolling Stones… claro que el garabato de Butrageño o de “Morritos Jager” en una servilleta de papel, es un fetiche tan absurdo -o tan digno- como el de cualquier cazador de misterios…
Los casos perfectos
Pero los años pasan, y uno comienza a hacerse más crítico, al descubrir que los “casos perfectos”, no lo son tanto… Que los moais de la Isla de Pascua, no son tan grandes ni tan pesados como pretendía Däniken, ni todas los marcianos son auquianos como decía Sesma… Que no todas las psicofonías son voces de los espíritus, ni todos los OVNIs son naves extraterrestres, ni todas las sectas satánicas devoran niños crudos… Y lo que es más terrible, uno termina conociendo personalmente a aquellos mitificados personajes que solo conocía a través de las ondas de radio o las fotografías en la revista de turno… y descubre algo terrible… que son simples personas… con sus virtudes y sus miserias… con sus cualidades y sus pecados, como cualquier otra persona. Y entonces, aquel idealista y mitómano adolescente se percata de que las revistas comerciales esotéricas son eso, revistas comerciales, y como tales deben producir beneficios, o de lo contrario desaparecerán, como desaparecieron aquellas históricas Telepsiquia, Paraciencia, Espacio y Tiempo o Mundo Desconocido. Y los programas de radio deben generar beneficios (o al menos no pérdidas) a sus respectivas cadenas. Y los congresos deben generar ingresos para costear los gastos y los consabidos “cachés” de los conferenciantes… exactamente igual que en cualquier otro campo profesional. Y uno siente la tentación del desencanto. ¿No deberían ser esos legendarios investigadores del misterio, esos buscadores de la Verdad, una especie de altruistas misioneros de un sacerdocio paranormal, que trabajasen por amor al prójimo exclusivamente?
Uno se responde a si mismo al percatarse de que la comercialización del misterio es la misma, o menor aún, que la que se produce en otros campos de la cultura occidental. ¿No es la medicina la profesión más hermosa que existe en el universo? ¿Y no es cierto también que los grandes cirujanos amasan fortunas millonarias? ¿Y no es cierto acaso que un indigente enfermo de los ojos está condenado a la ceguera, por no poder costearse la operación que le repondría la vista? ¿Significa eso que la medicina es sólo cosa de quien puede pagársela? ¿Sería lícito condenar a nuestros médicos como charlatanes embaucadores por no dedicarse al oficio más trascendental del mundo de forma absolutamente gratuita? Por supuesto, la respuesta es no. En una sociedad consumista, es lógico que un profesional cobre unos honorarios por su tiempo y su trabajo. El lógico que un médico cobre por su trabajo, como lo es que lo haga un parapsicólogo o un vidente. Pero ¿y si el médico receta fármacos por cuya venta se embolsa un porcentaje? ¿Y si el cirujano exagera su diagnostico para poder cobrar la millonaria factura del quirófano? ¿Y si en el hospital utilizan a los pacientes para experimentar un nuevo fármaco? ¿Y si la compañía farmacéutica fomenta una determinada enfermedad para poder comercializar su vacuna? Lamentablemente lo mismo ocurre en el mundo de la política, en el mundo de la industria militar, en el mundo de las finanzas… o en el mundo esotérico. Un día, aquel joven ingenuo descubre que, algunos de sus mitos, no sólo ya no buscan la Verdad (imagino que lo hicieron algún día) con sus libros, programas o conferencias, sino que su objetivo es mucho más prosaico y cercano…. pagar las facturas a fin de mes. Porque incluso los ufólogos, ocultistas y parapsicólogos más célebres consumen luz eléctrica y agua en sus casas. Y el alquiler, y la bolsa de la compra, no pueden ser objeto de trueque a cambio de una disertación sobre las Piedras de Ica o el Monstruo del Lago Ness… hasta los esoteristas más célebres deben usar el dinero. Y eso no es malo, es inevitable.
Y uno conoce un día a Antonio José Alés, aquel fantástico profesional de la radio, de voz grave y tono pausado, que tantas noches de fantasía y misterio nos obsequio a todos. Y, entre copa y copa, el legendario autor de las “Alertas OVNI de la SER”, le confiesa que no cree en los OVNIs, ni en el más allá, ni en los fantasmas… ni en nada de lo que cuenta. Y uno se contagia de aquel desencanto, porque descubre que aquellos fantásticos relatos nocturnos, que creía informes sobre auténticos casos reales, eran solo eso, relatos fantásticos. Al menos para su autor, que se justificaba con un “a mi edad, no me voy a poner a hacer radio deportiva, y esto me da para vivir”. ¿Quien puede reprochar esa actitud? Y uno termina por conocer al admirable Profesor Darbó. Aquel enigmático parapsicólogo de la eterna perilla, cuya extensa bibliografía sobre posesiones, hipnosis, parapsicología, siempre “en profundidad”, había devorado en su ingenua adolescencia. Y se recuerda memorizando cuadernillo a cuadernillo, y cinta a cinta, su magno Curso de Parapsicología en el ICPHA. Y casi con idénticas palabras que el radiofónico Alés le espeta en el alma esa terrible confesión.
“Yo no creo en lo paranormal, pero me da de comer”
El “Teacher” tampoco cree en las posesiones, ni en la hipnosis, ni en la parapsicología, ni en los ovnis “ni creo en nada de eso, pero a mí me da para vivir…”. ¿Puede alguien cuestionar esa lícita actitud? Si un profesional trabaja por lo mismo que trabajan todos los profesionales de todos los oficios -por dinero-, quien esté libre de pecado (y no acuda a su empleo por el sueldo) tire la primera piedra. Sin embargo, que sea lícito no evita que para un ingenuo adolescente, que piensa que los “grandes del misterio” se creen lo que dicen, resulte descorazonador. Pero vayamos más allá. ¿Y si el profesional no sólo hace su trabajo (divulgar un misterio) sino que, como el médico que no cura sino favorece unos síntomas, lo provoca? Me explico. A mi juicio es muy lícito que un investigador o un divulgador viva (o lo intente) de su trabajo. Pero la labor de un investigador honesto es luchar contra el misterio, es decir, resolver los misterios, no crearlos. Naturalmente es muy lícito que Alés cobrase (como cualquier otro profesional de la radio) por sus multitudinarias Alertas OVNI… pero ¿es lícito que fomentase conscientemente fraudes en el Palacio de Linares para publicar reportajes sobre el tema? (entre otros engaños paranormales. Ver EL OJO CRITICO Nº 0). Por supuesto considero lícito que el Prof. Darbó cobre el merecido sueldo que percibe por sus libros, programas o su revista (Karma-7) pero… ¿es lícito que fomente conscientemente mitos en los que no cree, como el “pitufo” capturado en los bosques de Gerona? Yo no lo sé. Y aún voy más allá.
Por supuesto es lógico que un medio de comunicación informe sobre todo tipo de investigaciones, teorías y conjeturas. Pero, ¿resulta ético que un medio especializado fomente deliberadamente un determinado estado de opinión sobre un tema, con objeto de favorecer comercialmente a terceros? Pondré un ejemplo. En los últimos 3 meses (abril, mayo y junio de 1998) la revista AÑO CERO ha dedicado 2 portadas y 3 reportajes centrales a Egipto ¿a qué obedece ese repentino interés por cuasi-especializarse en los misterios faraónicos? ¿acaso se han producido algún descubrimiento trascendental en el país de las pirámides que merezca tal monopolización de contenidos en la revista de Enrique de Vicente? Al leer los artículos, todos ellos firmados por D. Manuel José Delgado, se sorprende al reconocer los mismos contenidos y fotografías que el autodefinido “piramidólogo más famoso de Europa” (sic) ya había publicado en otras revistas como MAS ALLA y ENIGMAS o, según afirman algunos egiptólogos (licenciados de verdad, y no pirámidólogos de “Todo a 100″) simplemente ha plagiado. (Por mi parte sugiero la lectura del artículo sobre La Gran Pirámide publicado en la Revista de Arqueología nº 179 -marzo l996- y superponerlo con el último artículo de Delgado en AÑO CERO antes citado). ¿por qué entonces esa ingente dedicación de páginas a fomentar los misterios egipcios? ¿acaso Delgado consiguió engañar a De Vicente para plagiar sus propios textos volviendo a cobrarlos (cosa que me parecería muy lícito en un investigador independiente que deba costearse sus trabajos)?. No, la respuesta, decepcionante, se encuentra en las páginas 35 del número 95, y 63 del número 94. Todo ese despliegue “informativo” (yo diría desinformativo) dirigido a fomentar una imagen esotérica, misteriosa y pro-extraterrestre de Egipto es en realidad una excelente operación de marketing. Se trata de popularizar la imagen de Manuel Delgado y crear la expectativa en los lectores de AÑO CERO, para fomentar deliberadamente su interés por Egipto, con objeto de vender un “viaje iniciático” a la tierra de las pirámides. Al indagar en la agencia de viajes Bidón, que gestiona este lucrativo reclamo, la Sta. Noemí no informará muy amablemente de como, de la mano de Manuel Delgado, por solo 211.000 pesetas por persona (algo más si queremos pensión completa en el viaje) podremos conocer los secretos de Egipto, y “hacer trabajos de meditación, captación de energías y limpieza de chakras…” (sic). Me pregunto yo ¿como alguien que pretende presentarse como un “egiptólogo científico” limpia chakras y capta energías sutiles en las pirámides…?
Viajes esotéricos, el negocio de moda
Responderé próximamente a esta pregunta. Merecería todo un reportaje monográfico (ya estamos en ello) analizar los trabajos de Manuel José Delgado y sus cuestionables teorías sobre Egipto. Consumado viajero, con una dilatada experiencia en Egipto, ha sido autor de unos videos divulgativos sobre La Gran Pirámide que yo recomiendo a todos los lectores, como hasta hace poco recomendaba la lectura de sus trabajos, que yo he devorado con la fascinación más absoluta. Para mi traumática decepción, recientemente descubrí la descorazonadora tendencia al engaño y compulsiva fabulación (en demasiados casos falseamiento deliberado de la verdad) de su autor. Por supuesto, el acceso nocturno a la Gran Pirámide, a las supuestas galerías secretas, etc, que oferta en sus viajes, como una exclusiva fruto de sus contactos políticos, en realidad está al alcance de absolutamente cualquiera. Basta con pagar los mismos sobornos a los vigilantes o a los inspectores arqueológicos, como hace Delgado y otros muchos organizadores de viajes similares. Nadie puede cuestionar, in embargo, su meritoria formación autodidacta y heterodoxa sobre el Egipto faraónico, a pesar de que no nos parezca lícito que se haga pasar por egiptólogo y “Profesor de Egiptología” (hemos presenciado este tratamiento personalmente en varios viajes a Egipto en su compañía), con objeto de avalar con esa inexistente titulación, sus opiniones personales, por otro lado tan dignas o tan indignas como las de cualquier auténtico licenciado en historia.
No seré yo quien fomente la absurda mitificación de una licenciatura universitaria, como si los licenciados y hasta doctorados, no dijesen tonterías de vez en cuando. Pero tampoco considero moral, ni necesario, apropiarse de títulos inexistentes para reforzar nuestras conjeturas y teorías personales. Sobre todo si el objetivo de refrendar esas teorías es la organización de lucrativos “viajes iniciáticos”, sean estos a Egipto, o a la Alpujarra granadina. Solo en 1996 más de 120 personas viajaron a Egipto en los viajes organizados por Manuel José Delgado. Con un sobrecargo de 40.000 pesetas sobre el precio individual que en realidad cobraba la agencia de viajes por cada viajero, y suponiendo que tan sólo 100 personas abonasen íntegramente su billete nos arroja unos beneficios de 4 millones de pesetas de dinero negro para Delgado y sus colaboradores. A ello habrá que añadir el “fondo de viaje” (de 10 a 20.000 pts más) que una vez en El Cairo abonaría cada viajero (para propinas, teóricamente), los reportajes de prensa y TV, videos y conferencias, que Delgado explota posteriormente a sus estancia en Egipto. Por no hablar de otro tipo de favores…
Durante todo 1997 Delgado dirigió un programa radiofónico en la Cadena Radio VOZ titulado “La Guerra de los Mundos” en el que no incluía cuña publicitarias, por las que debería ceder a la cadena su porcentaje, sino que dedicó el programa a fomentar, semana a semana, la leyenda del Egipto esotérico y mágico, para posteriormente comercializar viajes iniciáticos a Egipto e Israel, sin tener que pagar a Radio VOZ la publicidad encubierta. Tan bien funciona este poco conocido negocio esotérico, que, según anuncia AÑO CERO, a partir de este años se amplia la oferta de viajes iniciáticos a Perú. ¿Resulta lícito este negocio millonario a costa del pasado? Por supuesto que sí. Al fin y al cabo el Museo del Cairo y todo el negocio turístico de Egipto mueve sumas mayores de dinero. Pero hay sólo una diferencia: el móvil del viaje. Mientras un museo arqueológico, una universidad o una agencia de viajes fomenta viajes a Egipto por puro turismo o por pura formación cultural, los viajes de Delgado incluyen ·”experiencias iniciáticas”, “activación de los chakras humanos en los chakras telúricos egipcios”, “regresiones a vidas pasadas” (casualmente todos han vivido en el Egipto faraónico en otra vida). En dos ocasiones tuve la oportunidad de presenciar algunos de esos bochornosos espectáculos que, por pudor, no detallaré. Naturalmente cada individuo es libre de vivir su fantasía personal, fabulando reencarnaciones faraónicas mientras se revuelca por la cámara del caos en la Gran Pirámide, iluminaciones místicas dentro del sarcófago de Keops, o la higiene de sus chakras en la Isla Elefantina. Sin embargo, el fomento consciente de ese tipo de fantasías puede, en mi humilde opinión, acarrear todo tipo de trastornos psíquicos en una mente ligeramente desequilibrada. Y, por desgracia, un porcentaje de los individuos que acuden a los viajes “iniciático-esotérico-faraónicos” de Manuel José Delgado, podrían encajar en esa categoría. Nadie en su sano juicio pagaría 40, 50 o hasta 60.000 pesetas más sobre el precio real del viaje turístico, para que le limpien los chakras y le hagan revolcarse por los suelos para captar las energías telúricas…. Naturalmente un ataque de histeria en lo alto del Valle de los Reyes, a cargo de un fanático esotérico, al recordarse la reencarnación de Tutankamon, no es más peligroso, aparentemente, que los ataques de histeria de cualquier hincha del Real Madrid en un final de liga… claro que uno ya sabe a qué extremos puede llegar el fanatismo en el fútbol… Por otro lado, y por no extenderme más, todas estas actitudes, especialmente comerciales, no hacen más que empobrecer la ya maltrecha imagen del mundo paranormal.
Fantasmas, vampiros… y pitufos
Los Palacios de Linares, los “pitufos” de Gerona y los “viajes iniciáticos a Egipto” no son más que golosos regalos para los detractores sistemáticos de lo paranormal. Asociaciones como ARP que, al menos, sólo estafan presupuestos universitarios (eso sí, más lucrativos que cualquier congreso esotérico) haciéndose pasar por “escépticos expertos en lo paranormal” para defender el dogma pseudo-científico gracias al sensacionalismo comercial de quienes aseguran cosas como que “mi descubrimiento de la Cámara Secreta de La Gran Pirámide podrá darme el premio Novel” (cita textual de Manuel Delgado); que “en Gerona dos matrimonios capturaron a un “pitufo” que se subía a los bafles de la radio” (sic.) como dice el Prof. Darbó, etc. Pero eso no es importante. Al fin y al cabo lo peor que puede ocurrir es que tengamos que soportar las críticas (en este caso merecidas) de los negativistas profesionales, que podrán acusarnos de utilizar el misterio sólo como un lucrativo negocio. No, lo peor es que el mundo de lo paranormal, tan repleto de incógnitas y ambigüedades, es el terreno más fértil para que abonen todo tipo de psicopatías. Mitos como el de los faraones reencarnados en cada viajero a Egipto, o fantasmas del Palacio de Linares proclamando auténticos discursos interminables (dignos del Comandante Castro) en sospechosas psicofonías, encierran serios peligros. Por supuesto una mente medianamente racional no se dejará influir por esas fantasías (probablemente ni siquiera se dejará influir por la esotérica publicidad de los viajes iniciáticos a Egipto , ni por los casetes comercializados con las psicofonías del Palacio de Linares), pero ¿y si no es una mente racional la que consume esos productos? ¿Y si se trata de un maniacodepresivo? ¿o de un místico? ¿o de un visionario similar a los adeptos a la Puerta del Cielo de California, a los Davidianos de Wacco o a los Templarios Solares de Francia? En mi humilde opinión el investigador, y más aún, el divulgador de los fenómenos paranormales debe ser total, completa y absolutamente impecable. Bajo ningún concepto, y por ninguna circunstancia, puede fomentar los mitos y menos aún los fraudes, amparándose en el derecho a la información. ¡Caramba!, existen tantos misterios reales, o al menos no demostradamente falsos, que no es necesario alentar más mentiras. Considero lícito -y es sólo una opinión personal, como todas las reflexiones en voz alta de este texto- la profesionalización de la divulgación de estos temas (aunque también la considero casi imposible), pero debemos ser extremadamente cautos en ese proceso. Recordemos aquel joven ingenuamente ilusionado por el mundo del misterio.
Tras años de feroz lectura comenzará a hacer sus primeros pinitos en la investigación, redactando breves noticias que, tímidamente, envía a alguna revista esotérica. ¿A quien no le agrada ver reflejado su trabajo en un medio de masas? ¿Quien no siente ese cosquilleo en el ego al ver su firma y su foto ilustrando esa información, para fardar ante los amigos del barrio? A lo mejor hasta le pagan mil o dos mil duros con los que amortizar el dinero invertido en el autobús, la pensión, o los carretes de fotos y cintas que ha utilizado en su humilde investigación. Después llegarán los grandes reportajes a todo color, las entrevistas en radio y televisión, y ese apostolado ingenuo de unos misterios que aún considera de trascendental importancia para la humanidad. Más tarde dará sus primeras conferencias, donde docenas de ojos clavados en él escucharán atentos sus palabras, y tal vez otros apasionados por el misterio, más jóvenes o más ingenuos que él, también fomentarán su ego pidiéndole autógrafos o hasta hacerse una foto juntos… Y de no estar constantemente atento a sus emociones, un día descubrirá que su importancia personal ha restado relevancia a aquella cuestiones que antes eran fundamentales; el más allá, el universo, o la mente, que le hicieron iniciarse en la investigación, y ahora han dejado paso al dinero y la fama que pueden reportarle afirmaciones (cuanto más dogmáticas y sensacionales mejor) sobre los extraterrestres, la reencarnación, o la limpieza de chakras en Egipto. Y lo más lamentable, una vez dentro de ese círculo vicioso puede ser absorbido por una hipocresía generalizada que convierte a los más famosos o veteranos divulgadores del misterio en “intocables”.  
Al fin y al cabo, cuestionar a los directores de las revistas especializadas o de los programas esotéricos puede incluirnos en las “listas negras”. Entonces ya no podremos publicar en esas revistas, no seremos invitados a esos programas ni asistiremos a esos congresos multitudinarios (como sin duda ocurrirá conmigo tras este escrito). Pero, ¿realmente merece la pena prostituir nuestra conciencia por publicar un artículo o dar una conferencia? ¿compensa verdaderamente divulgar cosas que sabemos mentiras, sólo para eclipsar a otros investigadores y obtener más protagonismo (dímelo tú Mahou)? ¿podemos mirar a los ojos de esos jóvenes adolescentes que creen lo que escribimos y decimos, si no lo creyésemos nosotros? Yo creo que no, por eso, tras sentir la tentación de publicar estas reflexiones bajo pseudónimo, sabiendo las enemistades que me acarrearán con algunos “intocables”, creo que sería como caer en lo que estoy criticando, aunque de esa forma no me vetasen en las revistas o congresos que estoy cuestionando. Mi nombre es Manuel Carballal y, por supuesto, yo también he sido tentado por la importancia personal y la comercialización del misterio. Ojalá, si algún día mi ego o mi ambición me hacen caer en esas tentaciones, algún otro joven e ingenuo investigador sea capaz de denunciar esa situación, como yo lo hago ahora, con la mejor de las intenciones. Porque no se trata sólo de un producto comercial, sino que nuestras palabras forman la opinión y pueden condicionar las creencias de las personas que realmente creen lo que decimos. Y debemos ser muy amigos de Platón, pero deberíamos ser más amigos de la Verdad…
Manuel Carballal

martes, 10 de julio de 2018

LA CATEGORÍA O.V.N.I. Y SU APLICACIÓN PRÁCTICA


La sigla O.V.N.I. (U.F.O.) no determina nada. Es una definición por la negativa. Dice que no sabemos de qué se trata.

De que lo que no sabemos es la verdadera naturaleza de un “objeto que vuela”.

La primera objeción que podemos plantear es que quizás no se trate de algo que está volando sino flotando en el aire, como un globo o una pompa de jabón. Punto básico: no todas las cosas que están en el aire están volando.

La segunda objeción es que la sigla se refiere a un objeto. Pero bien puede ser una manifestación de energía de cierto tipo. Por ejemplo, un rayo globular, fuegos de San Telmo, Sprites, luces de terremotos o de Hessdalen.

Por lo tanto, si excluimos la segunda y tercera letra de esta sigla, quedamos con el concepto de No Identificado.

La pregunta inmediata es: ¿quién dice que algo es no identificado? O ¿cuántas personas dicen que es no identificado? ¿Están implicados instrumentos de detección?

Si –como investigadores— consideramos la denuncia de OVNI procedente de apenas una persona, el valor de esa denuncia será mínimo, excepto si la persona es alguien con un sólido historial científico, el cual, sin embargo, da solo un plus respecto de un individuo común, pero no mucho más finalmente. Aún los científicos pueden confundirse.

Si la denuncia de un mismo fenómeno procede de una cantidad de testigos que se encuentran en una misma área, pero que son totalmente independientes entre sí, el informe adquiere más relevancia.

Indudablemente algo ha sido visto en el aire que muchas personas no pudieron identificar con nada que ellas conocieran.

Si añadimos a la denuncia de OVNI que, aparte de muchos testigos independientes, el fenómeno fue captado en fotos, video y radar, el caso llega a ser robusto.

Sin duda, algo extraño ha ocurrido.

El análisis de fotos, videos y de la detección por radar –si la misma ha sido grabada-- vendrán en apoyo de lo que los testigos vieron a simple vista.

Es altamente posible que una vez que las fotos, los videos y aún la detección por radar sean analizadas, pueda haber una explicación convencional.

Muchas veces las condiciones meteorológicas y aún más, las condiciones psicológicas en el momento de la denuncia de OVNI, pueden influir en la denuncia misma.

Pero es importante acordar y conceder que el investigador puede llegar a un punto en el cual él o ella no tenga una explicación convencional para el fenómeno.

No sabemos todo. La ciencia nos provee con la mejor metodología si queremos conocer algo, pero la ciencia en sí misma está permanentemente tratando con lo desconocido que procura conocer.

Como dijo el físico Brian Cox (*): “Me siento cómodo con lo desconocido –ese es el objetivo de la ciencia. Hay lugares ahí fuera, miles de millones de lugares ahí fuera, de los que no sabemos nada. Y el hecho de que no sepamos nada sobre ellos me estimula, y quiero salir y saber acerca de ellos. Y de eso se trata la ciencia. De modo que si no estás cómodo con lo desconocido, entonces es difícil ser un científico… Yo no necesito una respuesta. No necesito respuestas para todo. Necesito tener que encontrar respuestas.”

Es por eso que yo acepto la idea general de que puede haber cosas que aún están “no identificadas”, lo cual no significa necesariamente que no sean identificables.

Pero como investigadores, pienso que tenemos que estar abiertos a la posibilidad de que podamos encontrar algo que por más que hayamos luchado por identificar, puede permanecer no identificado para nosotros.

Y eso puede ser una gota en el vasto océano de cosas identificables que la gente, en general, puede denunciar como “no identificadas” simplemente porque sucumbe a la tendencia en que se le ha hecho pensar a la sociedad (lo cual es una forma de ignorancia), porque busca publicidad, o –aún peor— hacer dinero.

Si algo permanece no identificado para nosotros –investigadores—tendrá que ser luego de haber recogido toda la información posible sobre el fenómeno en cuestión. No por investigación de campo mal realizada o por datos insuficientes.

No se trata de que ciertos fenómenos sean insondables, pero necesitamos reunir toda la información posible a lo largo del tiempo, para finalmente arribar a la identificación de lo que podría ser un nuevo desarrollo tecnológico, o un fenómeno natural aún no muy bien estudiado. El perfecto ejemplo de esto son los Sprites, cuya existencia la ciencia recién reconoció en 1994.

Brian Edward Cox OBE, FRS, (nacido el 3 de Marzo de 1968) es un físico inglés que trabaja como profesor de física de partículas en la Facultad de Física y Astronomía de la Universidad de Manchester.

Milton W. Hourcade